05 julio 2011

Dáte el piro, vampiro

Cuando dentro de un tiempo eche la vista atrás y compruebe que todo empezó hablando de True Blood, me echaré a reír o me echaré a llorar, no habrá término medio. El caso es que por algo habrá que empezar a hablar y es lo que ahora mismo tengo más reciente: la cuarta temporada de True Blood.



Empecé a ver esta serie a ritmo americano hace tres veranos. Aún no había el bombardeo este con los Crepúsculos ni The Vampires Diaries. A eso se le añade que quitando la primera temporada que comenzó a emitirse en septiembre, las demás se emiten en verano, cuando la mayoría de series que sigo han acabado sus temporadas o están pendientes de comenzar, con lo cuál, un motivo más para hacerle un hueco. El problema es que es una serie de tantas que tienen un comienzo interesante y la primera temporada funciona en mayor o menor medida, pero luego empiezan a desvariar y uno se ve en el dilema de seguir viéndola por curiosidad o mandarla a freír espárragos.


 El caso es que detrás de todo el tinglado estaba Alan Ball, ganador del Oscar por el guión de American Beauty y creador de la serie A dos metros bajo tierra. La serie no la he visto pero la crítica habla muy bien de ella, pero solo por American Beauty ya me llamaba la atención. A eso se le unía que adaptaba una serie de novelas exitosas en USA y la idea en principio era original: los japoneses han descubierto un tipo de sangre sintética que sirve para alimentar a los vampiros y así éstos pueden integrarse con los humanos al no tener que matarlos para seguir vivos. A ello se unía una serie de asesinatos que mantenía la intriga durante toda la temporada en busca del culpable, y como otro aliciente más, acompañaba una serie de personajes secundarios mucho más interesantes que  la empalagosa pareja protagonista. Y por si todo eso fuera poco, la cabecera de la serie es de las que mejor definen el ambiente de lo que vas a encontrar dentro. No me sorprende que haya sido votada como una de las mejores intros de las series actuales.





Pero después todo empezó a empeorar. De lo vampiros y "cambia formas" pasamos a la ménade que pone a todo Bon Temps verraco, a la iglesia del sol anti-vampiros cuya líder consorte ponía verraco a Jason, y de ahí a la tercera temporada donde aparecen cambia formas hasta debajo de las piedras, vampiros milenarios malísimos y cómo no, hombres lobo. Habrá quién esté encantado con todo este jaleo (ahí está la taquilla de Crepúsculo), pero no es lo que me vendieron al principio. Aunque se supone que la serie sigue mayormente lo escrito en las novelas (aunque Lafayette moría en la primera novela al parecer), la aparición reciente de hadas y brujas ya empieza a oler a cachondeo. Como esto siga así van a faltar gnomos y trolls de las cavernas para estar todos.

Y es lo que decía, que ya no sé si mandarla a paseo o seguir por la curiosidad de ver adonde va a parar todo este despropósito. Vale que las dos temporadas anteriores ya bajaron el nivel, pero es que esta cuarta arranca muy extraña. Gente que no tenía poderes ahora los tiene (Hola Héroes...), gente que los tenía pueden haberlos perdido, y la sensación general de "qué me estás contando". El segundo capítulo ha enderezado un poco, pero sigue habiendo cosas que... no sé, no sé.

Ahora resulta que Bill Compton fue vampiro punk. No future...

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